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31 de outubro de 2012

André Gide

MELANCOLÍA DE LA VERDAD: GIDE REGRESA DE RUSIA

Alberto Ruy Sánchez

Extrato do artigo de ARSánchez sobre uma grande polêmica dos anos 30. A viagem do escritor francês André Gide à União Soviética a convite do governo russo, para referendar seu apoio ao regime sob a promessa de pagamento de direitos autorais milionários para suas obras, em troca de seu empenho em promover a fascinante experiência humana realizada pelos soviéticos no tocante ao ingresso em uma nova sociedade repleta de abundância, justiça e fraternidade. Gide não se deixa corromper pela propaganda e escreve a verdade nua e crua. Sua queda e ostracismo vale a pena ser conhecida como uma recorrência histórica que tem semelhanças com a ascensão do PT ao poder, onde a intelectualidade adere em massa a grande promessa de redenção social. A recorrência da Utopia como inspiração humana termina fraudando a sociedade pela perversão de todas as suas promessas em direção contrária ao prometido: dupla moral. Os fatos relativos a ascensão do PT ao poder podem ser encontrados nos anos 30, na revolução cubana e eventos similares ao longo do século XX. Vale a pena conhecer os detalhes emocionantes do que ocorria com intelectuais franceses nutridos com a fartura do suborno em nome de uma causa.

(Resumo do ensaio publicado na Revista Vuelta nr. 104, 105, 106 de julho/ agosto/ setembro/1985). Para obter o ensaio completo e conhecer as obras do autor, acesse http://www.albertoruysanchez.com/


Al comenzar el otoño de 1936, André Gide entraba en la nueva estación del año deshojando su propio árbol de las ilusiones. Terminaba bruscamente su activo verano de militancia izquierdista (casi una década de atacar al colonialismo francés en Africa y varios años de defender, a capa y espada intelectuales, a la Unión Soviética y la causa del comunismo en Francia). Había estado dos meses en Rusia y regresaba, no decepcionado sino "ensombrecido . No le parecía que la palabra decepción tuviera la claridad suficiente para describir el resultado de su viaje al país de la utopía. En su diario de entonces se repiten con más frecuencia las palabras pesar, aflicción, pesadumbre, tristeza: los términos de la Melancolía. En sus cuadernos, la primera frase anotada al regresar es: "Un inmenso, un espantoso desconcierto .. ." Y un poco después describe la conversación, con sus compañeros de viaje en Rusia, que a todos "ensombrece".

Pero no fue tan sólo el desvanecimiento de su sueño lo que guiaba su gran tristeza de esos días. Dos hechos paralelos lo ensombrecían: la muerte sorpresiva de su amigo y compañero de viaje en Rusia, Eugene Dabit, y la necesidad ineludible de escribir sobre lo que había visto en la tierra de los Soviets, aunque haciéndolo derribara públicamente sus creencias anteriores y las de sus amigos. "Lo he visto, ahora lo sé y tengo que decirlo", escribía Gide en una actitud naturalmente suya. El peculiar puritanismo que llevaba en la sangre encauzaba su problemática moral hacia la búsqueda de la sinceridad en literatura, de la sensualidad natural en la vida diaria, de la verdad en política.


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En una posible historia de la intolerancia, el caso de André Gide y su Regreso de la URSS sería un capítulo privilegiado. Muestra la tenacidad moral de un escritor que es testigo de su tiempo y que se atreve a levantarse en contra de las grandes falsedades bien vistas en su medio. Muestra la necesidad de creer que tienen los grupos sociales ― la necesidad del individuo de vivir creencias compartidas ― y exhibe por lo tanto la dimensión religiosa de lo político. Muestra además la lógica implacable y sórdida, en un país no totalitario, de la intolerancia colectiva: sus adoradores del día anterior se dedicaron ―algunos por consigna del partido comunista, otros sin necesitarla ― a darle la espalda o injuriarlo, a mal interpretar sus declaraciones y por supuesto a difamarlo.

Antes de que el libro fuera publicado, una impresionante red internacional de intrigas se movió para evitarlo. Desde los artículos preventivos en el Pravda de Moscú hasta los intelectuales indignados en las brigadas internacionales de la guerra de España, se extendía la agitación para disuadir a Gide de publicar sus impresiones. Frente al autor el chantaje era la norma alegando que criticar a la URSS no era oportuno: era dar armas a los enemigos, debilitar a los republicanos en la guerra de España, etc. Gide respondería a esas razones con un argumento moralmente poderoso, típico de la lógica presente en su obra y en su vida, un argumento evangélico: "La mentira, aun la del silencio, puede parecer oportuna, como también la perseverancia en la mentira, pero significa dar terreno abonado al enemigo, y la verdad, aun dolorosa, no puede herir sino para sanar."

De nuevo la verdad, como antes la sinceridad, se le presenta a Gide como problema, motivo de dolor, en gran parte de tristeza, pena necesaria para evitar más penas: hiere para sanar, como él afirma. Hay finalmente en esas palabras una idea de salvación a través del sufrimiento. La política se le presenta como un camino obligatorio y necesario para alcanzar una especie de salvación individual y colectiva: su "puerta estrecha".

Por otra parte, Gide dice que con la mentira se da terreno abonado al enemigo. La lógica de la subordinación política necesita la noción de enemigo: razón de ser de toda combatividad. Además es argumento suficiente para evitar toda disidencia: "Estás conmigo o contra mí". No hay sutileza posible: "O te adhieres acríticamente o mereces ser fusilado puesto que me traicionas al criticarme (te unes al enemigo)": frase repetida interminablemente en la historia de la mentalidad totalitaria. ¿Quién no recuerda la sentencia de Castro a los intelectuales cubanos, "con la Revolución todo, contra la revolución nada", que puso a temblar de miedo a más de uno?

Sin embargo, Gide no cedió ante esa lógica (a pesar de que conserva la idea de enemigo: eran tiempos de guerra en España). Hay en su actitud una peculiar tenacidad moral que exige ser comprendida. En 1936, año de su Regreso de la URSS, Gide era un emblema: el escritor respetable de sesenta y siete años que se compromete políticamente. Pero ese emblema era un doble laberinto sombrío. Desentrañarlo nos llevaría a indagar primero cómo entra la política en el universo de Gide para luego preguntamos cómo entra Gide en el universo de la política. Es decir, cómo cruza Gide por su "puerta estrecha" y hace de ella gran avenida: boulevard de mítines y manifestaciones.

Así, se puede decir que Gide llevaba a cabo, periódicamente, una especie de ritual de purificación y renovación: un baño en la vida pública durante el cual exhibe su verdad y se exhibe. Al publicar en 1920 sus memorias, Si la semilla no muere, lo hace como una especie de abandono a fuerzas profundas en él; no es su voluntad la que lo guía. La sinceridad es casi una función de su cuerpo a la que debe dar libre curso. De nuevo, lo mismo pasa con la sensualidad natural y, en gran parte, con la verdad política. "Uno jamás piensa o escribe bien sino aquello que no tiene interés personal en escribir o pensar. No escribo estas memorias para defenderme. No tengo nada que defender puesto que no se me ha acusado. Las escribo antes de serIo. Las escribo para que se me acuse". Y más adelante, también sobre sus memorias:

"La idea de la muerte no me abandona... Con tantas precauciones y retrasos, con esta manía que tengo de dejar lo mejor para tiempos mejores, me parece que todo está por decirse y que hasta ahora no he hecho sino preparativos. Y sin embargo, no le tengo confianza a la vida, a mi vida. No me abandona la preocupación de verla detenerse bruscamente justo cuando finalmente me atreva y comience a hablar con libertad, a decir las cosas esenciales y verdaderas."

Tal vez el acto gideano de la verdad, como ritual de renovación, tiene que ver con esa misteriosa juventud siempre sorpresiva de Gide. Es significativo que la imagen que ahora tenemos de él y de su obra sea muy contemporánea. Murió en 1951, con ochenta y dos años, y ocupó esa primera mitad del siglo como un escritor muy activo, con su pluma y su presencia al día. Fácilmente se nos olvida que André Gide es un escritor del siglo XIX; llegó a 1900 con treinta y un años.

... El joven Gide estuvo desde 1891 en el círculo de Mallarmé, quien leyó y apreció uno de sus primeros libros. Parece casi incompatible cronológicamente que Gide, protagonista de los ideales rusófilos de los treinta, haya podido vivir también el primer gran momento de "compromiso" político de los escritores de principios de siglo: el caso Dreyfus, en el que Emile Zola lanzó su memorable "yo acuso" instaurando una manera de "intervención" intelectual en la vida pública y ganando para los intelectuales su extraño lugar de conciencia de la sociedad. El caso del oficial Dreyfus, condenado injustamente por ser judío, dividió a Francia. Gide, como tantos otros, quedará conmovido por ese caso y no dejará de compararlo al caso de la URSS y su polémica aceptación en Francia. En 1932, cuando su adhesión a la causa soviética era absoluta, anotaba en su diario que quienes como él apoyaron a Dreyfus eran vistos igual que a los sovietófilos de los treinta: "piensan que nos hemos dejado seducir. Vi lo mismo en el caso Dreyfus. Según ellos, entré quienes tomaban partido a favor de Dreyfus no podían figurar sino antimilitaristas, antifranceses, crédulos o pícaros. Sabiendo que la verdad no estaba de su lado, los que atacaban a Dreyfus llegaron a hacer una apología de la mentira. “Había, según ellos, verdades peligrosas y mentiras útiles… Se debía considerar verdadero a lo oportuno.”

Lo irónico de este recuerdo y comparación es que Gide piensa en los opositores de la URSS como los nuevos oportunistas de la mentira, mientras que cuatro años después serán más bien los defensores de la Unión Soviética quienes le hablarán de lo inoportuno de decir la verdad. Curiosamente Gide también terminaría pensando que entre los defensores acríticos de la Unión Soviética habría tan sólo pícaros y crédulos. Él, naturalmente, tendría que aceptar en público que había sido un crédulo y eso no era fácil. Pero sobre sus errores también, y sobre todo, se le imponía la necesidad de hacer pública la verdad.

Gide atribuirá, varios años después, ese temple moral a la formación del círculo de Mallarmé, en quien había, escribe Gide: "una creencia y seguridad en las verdades absolutas, intangibles e inmodificables por las circunstancias, por los acontecimientos, por todo aquello que quienes estábamos alrededor de Mallarmé llamábamos las contingencias. Tenía un vínculo poderoso con una verdad suprasensible ante la cual todo cedía, se esfumaba, perdía importancia." El joven Gide admiraba a Mallarmé de manera absoluta: "En un terreno que no era de este mundo él ejercía una especie de sacerdocio". Pero aún así llegó a ver el peligro de ese camino: apartarse de la vida, despreciarla, perder contacto con la realidad. Las inclinaciones sensuales de Gide lo llevarían por otro sendero. Muy pronto se dio cuenta de que era indispensable establecer un contacto directo y sensual entre la literatura y la vida. Escribió entonces su poema-manifiesto y relato Los alimentos terrestres, poniendo así de nuevo "un pie desnudo sobre el suelo".

De esa manera se alejaba de Mallarmé, pero conservaba de él "un horror de la facilidad, de la complacencia, de todo lo que halaga y seduce, tanto en la literatura como en la vida; un amor intransigente por la sinceridad y una necesidad de ella." Gide hace notar que varios de los más fervientes defensores de Dreyfus pertenecieron al círculo de Mallarmé. De lo cual deduce que la intransigencia moral, el amor por la verdad desnuda, podría con el tiempo llegar a confundirse con la necesidad de justicia. Según Gide, el riguroso apartamiento del mundo que defendía Mallarmé era la mejor arma para enfrentar el mundo: "su enseñanza no sólo se dirigía a la mente sino que trabajaba en nosotros para moldear nuestra alma". Habiendo llegado al fondo de su "apartamiento del mundo", el Gide mallarmeano sale al mundo lleno de fuerza moral, indoblegable.


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Desde muy joven había tenido una participación en la política de Francia: en 1896 fue elegido presidente municipal de la pequeña población de La Roque, en Calvados, cerca de Lisieux. A los veintisiete años Gide era el presidente municipal más joven de su país y, como lo muestran sus memorias y los testimonios de sus contemporáneos, se dedicó con verdadero entusiasmo a la administración de su pequeño condado poniendo un gran énfasis en la solución de los problemas sociales. Pero entre esa actividad política y la más reciente se abría un abismo. A Gide, como a otros escritores de su tiempo, les interesaba menos la administración pública que su nueva función de conciencia de la sociedad. Ser intelectual comprometido era, además, aparecer en público dictaminando sobre el destino de la cultura y de la humanidad. Si además sus opiniones eran oídas y hasta ferozmente criticadas, su satisfacción era completa.

Muchas declaraciones irresponsables fueron hechas por los intelectuales de entonces. Justo en el momento de las peores purgas estalinistas, de una represión creciente ― incluso de intelectuales ― en Rusia que era bien conocida en Francia, los escritores aprobaban en la Unión Soviética exactamente lo mismo que criticaban en la Alemania de Hitler. Claro que era el tiempo del Frente Popular y Trotsky en el exilio había escrito un panfleto anunciando el comienzo de la nueva Revolución francesa. Era la época de la guerra de España y del avance fascista, pero a pesar de todo, muchos intelectuales prosoviéticos de entonces se tendrían que comer en poco tiempo sus palabras. Gide fue uno de ellos.


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Por otra parte, Gide estaba a casi una década de obtener el Premio Nobel de literatura. La reputación del escritor de más de sesenta años estaba más que establecida y era creciente: para el partido comunista (lo que significaba para Rusia) Gide se había convertido en un posible aliado de gran prestigio. Los cazadores de cabezas soviéticos (como IIya Ehrenburg) o parasoviéticos (como Louis Aragón) se entregaron completamente a la tarea de ponerlo de su lado con entusiasmo acrítico. Los nuevos alimentos demuestra que en un principio lo lograron. La extraña fórmula del compromiso político gideano, con su dócil pero indoblegable estructura moral, le permitía una primera gran ola de entusiasmo, pero no le daría oportunidad de autoengañarse después de haber visto personalmente la realidad soviética. El mismo tipo de viaje a la URSS que terminaba de seducir eternamente a otros escritores que como Gide eran prosoviéticos, produjo en él los efectos contrarios. De pronto, en plena ebullición generalizada de amor por la utopía soviética, Gide se congelaba y, de nuevo, tenía que escribir a contracorriente: de cara a la euforia general, en la tristeza de su verdad.

En 1932 Gide escribió con sincero entusiasmo: "En la miseria del mundo actual, el plan de la nueva Rusia me parece hoy la salvación. Nada puede convencerme de lo contrario. Los miserables argumentos de sus enemigos, lejos de convencerme me indignan. Y si fuera necesario dar mi vida para asegurar el éxito de la URSS la daría inmediatamente ... como tantos otros lo han hecho, tantos más lo harían y yo mezclado con ellos. Escribo esto con la mente fría y sinceramente, por mi necesidad de dejar por lo menos este testimonio en caso de que la muerte me alcance y ya no me sea posible hacer una mejor declaración." En 1936, después de su viaje a Rusia, escribiría: "Dudo que en algún otro país, incluyendo a la Alemania de Hitler, la mente humana pueda estar hoy más oprimida, más aterrorizada, más esclavizada.”- ¿Qué fue lo que Gide vio en Rusia que lo hizo cambiar tan radicalmente?


Intolerância de la alegría épica

Cuando llegó a Rusia, André Gide llevaba varios años viviendo en una estruendosa euforia colectiva que, por naturaleza, es en gran parte acrítica. A su regreso modificó su actitud añadiendo un ligero, de verdad muy ligero, tono de escepticismo. Pero eso bastaba para ver en una realidad muy cruel sus colores naturales: el negro de la tristeza, la sumisión y la muerte; el gris de la burocracia, el servilismo y el pensamiento unificado. Sus críticas a la URSS hoy lucen tibias y sumidas en una falsa esperanza de "corrección de los errores" soviéticos, pero en ese momento fueron motivo de escándalo. Criticar a Rusia equivalía, inevitablemente, a un abandono del entusiasmo masivo: "una deserción" según los ojos de sus eufóricos "camaradas" del día anterior, "una terrible falta de solidaridad" e incluso "una traición".

Es importante darse cuenta ― porque aún se viven actitudes colectivas similares ― que en 1936 los argumentos racionales de Gide sobre la URSS no eran vistos racionalmente: poco importaba qué dijera o cómo lo dijera, lo que contaba ante todo era su separación del credo eufórico. A sus compañeros les tenía sin cuidado la mesura de la crítica gideana y sus esfuerzos constructivos. Para ellos el hecho era que Gide se había apartado de aquella dimensión de la vida donde domina el ciego optimismo épico, en la que importan menos las ideas que la comunión de afectos. Gide "el traidor", como llegaron a llamarlo los periódicos comunistas que meses atrás lo aclamaban y no escribían su nombre sin anteponerle "el camarada", se había atrevido a entristecerse frente a la realidad soviética, la que por dogma sólo podía ser motivo de euforia épica: su emblema era la lucha, no la reflexión sosegada.

A principios de 1936, poco después de que apareció su Regreso de la URSS, Gide se encontraba con frecuencia ante el espectáculo nada estimulante de que sus "camaradas", al percibido de lejos, simulaban no haberlo visto y cruzaban la calle para evitar encontrarse con él sobre la misma acera. Gide se había convertido, por una parte, en objeto de feroces ataques (fueron muchos los intelectuales que sintieron la necesidad de pronunciarse en contra del apaleado "desertor", conjurando así el peligro de ser, también ellos, identificados ideológicamente del "lado malo"). Como complemento de ese ritual de la ortodoxia condenatoria ― repetido cientos de veces a lo largo de los años y las disidencias ― Gide se convirtió, por otra parte, en no persona: inexistente donde su presencia era lógica y requerida, invisible en público, impronunciable sin injuria. Después de los insultos su nombre desapareció de las numerosas publicaciones de izquierda.

Una tarde que Gide caminaba en París, el escritor y crítico de arte Jean Cassou, "camarada" fervoroso, cruzó la calle para saludado. Gide no cabía en sí mismo del asombro y le preguntó: .. ¿Se atreve a estrechar mi mano cuando todo mundo me ataca?" Cassou había demostrado en varias ocasiones una capacidad mayor, para relacionarse con escritores no comunistas, que gran parte de sus correligionarios. Ya una vez, sin mucho éxito, había servido de intermediario entre surrealistas y soviéticos con el fin de que Ehrenbourg permitiera al excomulgado Breton intervenir en el congreso de intelectuales de 1935. Sin embargo, cuando la revista Europe fue dominada completamente por el partido comunista provocando la protesta y renuncia de su director, Cassou había entrado a sustituirlo. Ahora, en la calle y frente al autor del Regreso de la URSS, Jean Cassou respondió a la pregunta de Gide afirmado que él sólo le reprochaba haber hecho una elección egoísta: "haberse preferido", no haber sacrificado su posición individual en nombre de la causa.

La respuesta de Gide en ese momento fue una sonrisa a manera de despedida. Ya muchos, de manera menos afable, le habían reprochado lo mismo. Gide agrupaba el argumento de Cassou con los de aquellos que lo acusaban de manifestar quejas personales e individualistas en lugar de enfocar su atención exclusivamente en el destino colectivo de la causa comunista. Más tarde escribió: "Desde luego, no tuve ningún motivo de queja mientras duró mi viaje por la URSS. Entre todas las explicaciones tendenciosas, inventadas posteriormente para invalidar mis críticas, ninguna más absurda que aquella que pretendía reducirlas a la expresión de una insatisfacción personal. Jamás había viajado en condiciones tan fastuosas ... que evocaban constantemente privilegios y diferencias ahí donde yo pensaba encontrar igualdad ... Hay algo trágico, les aseguro, en mi aventura soviética. Había llegado, entusiasta y convencido, para admirar el nuevo mundo y me ofrecían, con el propósito de seducirme, todas las prerrogativas que aborrecía del viejo."

El escándalo del caso Gide en los años treinta se debía en gran parte a esa apariencia de traición que tenían sus críticas para la comunidad de creyentes en la utopía comunista. Eso es tan evidente como lo es que Gide formaba parte de ese mismo universo utópico: de no ser así no hubiera considerado una tragedia su enfrentamiento con la verdad sobre la URSS. Hubo quienes, como Bertrand Russell, fueron a Rusia antes de Gide y regresaron haciendo críticas más severas pero sin que sus relatos o análisis tengan nada de trágico, simplemente porque no eran creyentes obligados moralmente a negar sus antiguas creencias. A Gide le sucedió lo contrario y por esa fisura comenzó a entrar la noche de melancolía que cubrió su aventura soviética. Sin embargo, cualquier observador ajeno a aquella tentación utópica encuentra en el libro de Gide observaciones comunes e incluso superficiales; una crítica en gran parte débil de un gran autor muy descorazonado. Raymond Aron, con su acostumbrada sabiduría escéptica, escribió en sus memorias: "Las conversiones o reconversiones de los hombres de letras hacia el fascismo o el comunismo llamaban menos mi atención que mi curiosidad o desdén. La incorporación de André Gide a la causa comunista y luego la publicación de su Regreso de la URSS me parecía que formaban parte de la biografía de un escritor más preocupado por su propio personaje que por la historia universal."

Entre las descripciones y comentarios al Regreso de la URSS que aparecieron en la prensa de la época, una de las más interesantes por su visión desapasionada es la de Janet Flanner, periodista norteamericana que escribía mensualmente para el New Yorker una "carta desde París" que no podía dejar de comentar el caso Gide. En su breve nota domina el sentido común; da cuenta del libro con frialdad pero con algo de ironía y llega, sorpresivamente, a una conclusión muy certera: ..... estas ciento veinticinco páginas describen las mayores desilusiones del autor en Rusia donde, como pontífice del marxismo intelectual francés, fue invitado recientemente con grandes honores y donde sin duda no se le volverá a invitar. Aunque es un afamado pensador, la mayoría de los comentarios de Gide son las observaciones materialistas de cualquier visitante común. Encontró que las verduras soviéticas son mediocres, la cerveza pasable y las condiciones de la vivienda malas. Descubrió que la producción estatal, sin competencia, produce menos; que los obreros stakanovistas producen en cinco horas lo que antes no podían en ocho. Encontró en todas partes una conformidad asfixiante, un deseo de no pensar individualmente, sino de seguir la línea marxista prescrita. Encontró una mentalidad más vigilada y aterrorizada que en cualquier otro sitio, incluyendo la Alemania de Hitler, una apatía intelectual que alterna con un complejo de superioridad, una ignorancia completa del resto del mundo, que es considerado demasiado inferior y miserable para que lo experimenten los felices marxistas y la convicción de que Moscú es la Única ciudad de la tierra que posee un Metro.

"Encontró maravilloso y emocionante el espíritu esperanzado del pueblo y que todo lo hecho por la juventud era espléndido; encontró que con el reciente retorno teórico a la familia como unidad, a los salarios desiguales y al derecho a la herencia, se ha perdido la base de la revolución en eso que él llama "aburguesamiento". Encontró que Stalin era un icono. Encontró lo que encuentra cualquier visitante. Sin embargo, esporádicamente hace su aparición el buen escritor psicólogo. Gide nota que debido a las emociones que provoca el comunismo la verdad se dice generalmente con odio y las mentiras con amor. Al hablar de la pérdida de las doctrinas originales del comunismo se pregunta si el paso práctico de la mythique a la politique no traerá siempre una degradación. El ya no es un creyente, ahora sólo tiene esperanza."

Pero la esperanza no es suficiente en el reino de la alegría épica. Era necesaria además, y sobre todo, la fe. Desde 1920, al regresar de Rusia, Bertrand Russell describió gran parte del espíritu colectivo que reinaría en los años treinta. Dijo que la guerra había dejado a Europa en un estado de ánimo donde la desilusión y la desesperación pedían a gritos una nueva religión, "la única fuerza capaz de dar al hombre la energía para vivir vigorosamente". El bolchevismo proporciona, según Russell, la nueva creencia que promete, además de justicia e igualdad, un mundo en el que hombres y mujeres se conservan sanos a través del trabajo y no tienen tiempo de ser pesimistas ni encuentran una ocasión para desesperarse. Russell afirma que el efecto del bolchevismo como esperanza revolucionaria es y será mayor fuera de Rusia que dentro de ella, puesto que las turbias realidades que padecen "los súbditos de la dictadura de Moscú" ayudan a matar hasta la esperanza. "En Europa la fe será más inmediata, menos filtrada por la tragedia".

Russell describe la filosofía social del bolchevismo como una mezcla de los ideales rousseauneanos de igualdad con los ímpetus expansivos islámicos, teñidos TINGIDOS completamente de intolerancia. La esperanza que inspira el comunismo es admirable, dice el filósofo inglés, pero requiere ser vivida con fanatismo. La crueldad está entre nuestros instintos y el fanatismo es un disfraz de la crueldad. Si a esto añadimos "la vocación internacionalista" del bolchevismo, tenemos un proyecto de conquistas internacionales como las guiadas por la espada de Mahoma. La lúcida visión de-Bertrand Russell llegó así a ser profética. Si en algunos países (como en todos los que ahora se conocen como del bloque socialista) fue la espada quien asentó la nueva religión, en otros era "la palabra revelada": la ideología, el arma empleada para su expansión.

En la Francia de los años treinta el bolchevismo islámico era muy activo y tal vez nunca han sido mayores sus atractivos en el mundo occidental. Justo en la década de las más feroces matanzas estalinistas en la Unión Soviética, los más prestigiados intelectuales del mundo daban su apoyo al gobierno de Stalin. El escritor y exmilitante comunista Arthur Koestler escribió en sus memorias de aquellos años: "Cuando uno es miembro de una cruzada, aun cuando se trate de una cruzada destinada al fracaso, el estado de ánimo excluye toda reflexión." Donde queda claro que la mejor forma de propaganda es una cruzada. La de los años treinta tuvo entre sus escenarios uno muy parecido al que se sigue usando, por ejemplo, en Cuba y Nicaragua. "De pronto el gobierno devela la inminente invasión armada de las fuerzas demoniacas del imperialismo; a continuación el país se levanta en guerra imaginaria contra el agresor externo, de donde todas las disidencias internas son disueltas voluntariamente para luchar contra el invasor o eliminadas violentamente con el pretexto de acabar con los aliados del enemigo." La cruzada a favor de la Rusia estalinista de los años treinta tomó en Francia la forma de un espectacular frente amplio dispuesto a combatir por "la supervivencia del gran experimento social de la Unión Soviética asediada por las potencias occidentales". Un gran teatro que prendió como pólvora en la mentalidad colectiva de aquella época.


Stalin o Valéry

El primero de mayo de 1932, el prestigioso escritor prosoviético Romain Rolland hizo un llamado en el periódico del partido comunista francés, L'Humanité, para unirse en solidaridad con la URSS: "La patria está en peligro: nuestra patria internacional, la URSS, se encuentra amenazada". Rolland y Henri Barbusse, los dos escritores franceses que eran símbolo del intelectual comprometido, organizaron a partir de ese llamado un Congreso Mundial de Guerra a la Guerra con el argumento apocalíptico de la inminente intervención en Rusia del Japón, aliado a las naciones de Europa central y con la orquestación de las grandes potencias occidentales. Lo primero que hicieron los dos organizadores fue buscar el apoyo de grandes prestigios intelectuales en Europa y América: Albert Einstein, André Breton, Georges Bernard Shaw, Heinrich Mann, Theodore Dreiser, Upton Sinclair, Paul Eluard, René Char, René Crevel, Roger Caillois, H.G. Wells, John Dos Passos y por supuesto André Gide. "Se trata ― decía Rolland en su invitación ― de formar un frente unido de trabajadores intelectuales y manuales para detener y aniquilar la criminal ofensiva de los imperialismos agresores de Occidente y de Extremo Oriente." El congreso tuvo lugar en Amsterdam y fue un gran éxito: dos mil doscientos delegados representando treinta mil organizaciones en todo el mundo asistieron para demostrar su apoyo sin condiciones a la Unión Soviética. Veinticinco mil personas se congregaron en un mitin en Amsterdam durante la semana que duró el congreso y, en París poco después, otro mitin de apoyo reunió a veinte mil entusiastas. La cruzada había comenzado su fase más espectacular: la euforia era desbordante entre las masas, comunistas o no, que de pronto no tenían ya dudas sobre la necesidad de mostrarse solidarios. Pero la euforia también crecía entre los intelectuales, a quienes se les ofrecía de pronto la oportunidad de presentarse públicamente como las máximas autoridades morales de la sociedad, con la ventaja suplementaria de cumplir ese papel poniéndose la máscara de una modesta y sacrificada militancia a favor de "los más débiles".Compare o leitor com o Foro Social Mundial dos anos 90, onde nas devidas proporções, oradores predicavam que “um outro mundo é possível”, e que haveria de terminar em um poder exercido para a corrupção de políticos e intelectuais da mesma forma que em Paris dos anos 30.

Algunos meses antes del congreso de Amsterdam, Gide da cuenta en su diario (21 de febrero de 1932) de una conversación con Paul Valéry en la que ambos se muestran preocupados por la situación política mundial. Valéry trata de convencer a Gide de que los soviets destruirían completamente los valores individuales en los que Gide cree. Pero éste no se deja persuadir fácilmente de lo inevitable de esa devastación y sale de su casa lleno de dudas, admirando la inteligencia de Valéry, pero pensando que "un comunismo bien entendido necesita favorecer a los individuos valiosos, sacar provecho de todas las cualidades del individuo, obtener de cada persona el mayor rendimiento". Estaba esbozando una de sus mayores preocupaciones con respecto a la política y enunciaba ya el tema que desarrollaría en los próximos años, tristemente, dentro de sus múltiples discursos militantes. La lucha personal de Gide en esos años de actividad política fue a favor de eso que él llamaba una y otra vez en sus discursos "un comunismo individualista", donde la persona sea respetada íntegramente dentro del grupo al que decide pertenecer. Esa pequeña cruzada personal permitía a Gide justificar ante sí mismo su participación en los movimientos masivos. Certamente era decorrente de sua familia protestante, pois Gide era descendente de Huguenotes

Cuatro días después de su conversación con Valéry, Gide lee un discurso de Stalin que, según él afirma con entusiasmo, responde a todas sus objeciones. A María Van Rysselberghe -la "petite dame" que fue su amiga, confidente, abuela de su única hija, vecina y quien escribiría durante cincuenta años un diario sobre él ― Gide comentó la evolución hacia un gran respeto por el individuo que se notaba en el último discurso de Stalin, un texto "apasionante ― dice André ― por su lucidez y su buena fe". Escribe entonces en su diario que todas sus dudas quedan despejadas y se une "de todo corazón" a la causa por la cual combate Stalin. Da la razón a quienes le reprochaban su indecisión y, sopesando con solemnidad toda la carga moral del término, Gide elige. Desde ese momento ha sido ganado para la causa de la propaganda a favor de la Unión Soviética y comenzará a interpretar el papel de protagonista de reuniones, "ejemplo moral para las masas", para el que había sido cortejado desde hacía tiempo.

Es muy impresionante que un discurso de Stalin ― lleno de supercherías y de demagogia que ahora nos es obvia (discurso del 23 de junio de 1931) ― haya podido ser más convicente que los argumentos de Paul Valéry, a quien Gide quería y admiraba enormemente. De nuevo, la fe y la euforia ahogan las ideas y la reflexión. Pero ese eclipse de su inteligencia apenas comenzaba. Durante los días siguientes sus notas en el diario estarán dedicadas a reflexionar sobre las amenazas en contra de la URSS, la verosimilitud del plan quinquenal, la joven literatura soviética, etc. Abundan anotaciones de este tipo (7 de abril de 1932): "Puede uno vivir una inmensa alegría al sentirse en perfecta comunión con los otros, comunión de pensamiento, de emoción, de sensación, de acción". Comenta con desdén la información que ha recibido sobre las masacres en la URSS, el fracaso de las políticas económicas y por lo tanto la terrible hambruna FOME que padece todo el país. De golpe y en bloque rechaza esa información acusándola de interesada y, paradójicamente, exclama sobre ella: "Qué rechazo de análisis, qué falta de control".

Ese mismo día Gide anotaba la célebre declaración sobre su voluntad de dar la vida, "si fuera necesario", para salvar a la Unión Soviética. La frase inmediatamente anterior se refiere a la documentación sobre su escritorio: "Los argumentos miserables de sus enemigos, lejos de convencerme, me indignan". Pero lo más significativo de esa obstinada ceguera gideana está en el comienzo del mismo párrafo de su diario (23 de abril de 1932): "Como en la época de mi juventud experimento ahora de nuevo un estado de devoción> en el que los sentimientos, las ideas, todo mi ser se orienta hacia algo y se le subordina. ¿Podría ser comparada esta convicción a la fe? Durante mucho tiempo permanecí voluntariamente "no convencido" de cualquier credo que no soportara un análisis libre. Pero de ese mismo análisis surge mi credo de hoy. No hay nada místico en esto, de tal manera que este estado de devoción y este fervor no cuentan con el recurso, ni el desahogo de la oración. Sencillamente, mi ser tiende hacia una aspiración, hacia una meta. Todos mis pensamientos se dirigen, incluso involuntariamente, hacia ella. En la abominable miseria del mundo actual, el plan de la nueva Rusia me parece hoy la salvación. Nada puede convencerme de lo contrario ... “

Algunas semanas después de que Gide hizo esas anotaciones en el diario las llevó a la redacción de la Nouvelle Revue Francaise para que se publicaran. Jean Paulhan, que se encargaba de la revista, le dijo que su diario iba a irritar a los trotskistas. Gide no respondió. Esa noche cenaba con la "petite dame" y con una amiga cercana a ella, Alix, esposa del escritor Bernard Groethuysen, férrea militante del partido comunista que cuatro años después desaprobaría violentamente el Regreso de la URSS. En la cena Gide le hizo una pregunta que demuestra la inocencia y desinformación ― podría decirse la irresponsabilidad ― con la que el escritor estaba haciendo declaraciones políticas en las que ofrecía nada menos que su vida. Comentando su encuentro de aquel día con Paulhan, preguntó a Alix: "¿Qué se entiende por trotskista?" Gide no había comprendido el comentario de Paulhan porque no tenía, por lo visto, la más mínima idea de lo que pasaba en la URSS. Ni siquiera tenía la información sobre las diferentes facciones en pugna que era comúnmente conocida en Francia. Gide se había comprometido fervorosamente con una realidad completamente desconocida y que no estaba dispuesto a conocer: su compromiso no tenía realidad.

Alix le respondió como militante convencida: "Hay ahora una moda trotskista. Los intelectuales se dejan seducir por la brillante inteligencia de Trotski y por sus aspectos individualistas y oportunistas." Alix le dijo con energía que deploraba todos esos movimientos separatistas que no hacen sino daño a la causa comunista. Gide ― según cuenta "la petite dame" ― estuvo de acuerdo con ella. En la misma cena abrió su correspondencia de la tarde y encontró el manifiesto redactado por Romain Rolland en contra de la guerra y a favor de la URSS, breve antecedente del congreso de Amsterdam. "Es evidente, comentó Gide a sus amigas, que uno tiene ganas de adherirse a este manifiesto a pesar de los escalofríos que puede producir el hecho de ver el nombre de uno firmando un escrito tan ampuloso y de un gusto tan deplorable". Gide les pregunta si opinan que deba pasar al día siguiente a las oficinas de L'Humanité para manifestar su apoyo. Alix le aconseja no hacerlo porque perdería fuerza la declaración a favor de Rusia que hace en su diario si antes aparece su nombre en el periódico del partido comunista francés. Gide de nuevo está de acuerdo y no será sino hasta después de que aparezca en la NRF su dramática nota de amor a la URSS que comenzará a ser utilizado para presidir congresos, mítines y manifestaciones.

La reputación de André Gide en el mundo intelectual era tan grande que su declaración se convirtió en noticia. Como Raymond Aron, algunos periódicos la consideraron una veleidad de desinformado. Fue por supuesto en la prensa comunista donde se le dio la bienvenida con entusiasmo. L'Humanité publicó que era una demostración "típica del atractivo tan grande que ejerce, incluso sobre intelectuales burgueses, la formidable experiencia soviética". En la prensa de Moscú, el siniestro Ivan Anisimov, especialista en "denunciar a la literatura del occidente en decadencia" y de "asegurar" la vigilancia revolucionaria" entre los escritores rusos, escribió sobre el diario de Gide que era "un testimonio extraordinario del rápido desarrollo del espíritu revolucionario en los países burgueses" Assistimos nos dias atuais a mesma polarização da França nos anos 30. Uma parte minoritária da imprensa contra o adesismo e a justificação da corrupção e da política totalitária de Cuba e da Venezuela.

Otro oscuro personaje de aquella época comentó también esta declaración. IIya Ehrenbourg vivía en París como corresponsal del cotidiano lzvestia de Moscú llevando a cabo además trabajos de "información" y propaganda. Verdadero camaleón, Ehrenbourg llegó a ganar cierto prestigio entre los intelectuales franceses como "joven escritor soviético" y a organizar al mismo tiempo buena parte de la adhesión de esos intelectuales a favor de su país. Llegó a darse el lujo de "excomulgar" a André Breton del congreso de 1935 haciendo que su decisión fuera respetada por intelectuales europeos y norteamericanos en un momento de gran popularidad y prestigio de Breton. Cuando Gide publicó su Regreso de la URSS Ehrenbourg escribió que era "un viejo renegado y enojón con una conciencia impura". Pero cuatro años antes, sobre sus declaraciones prosoviéticas había publicado: "No es necesario hablar aquí de la valentía de André Gide: su vida pasada nos ahorra esos elogios. Paul Claudel desembocó en la Iglesia, Paul Valéry en la Academia, André Gide fue a dar a la vida".

Euforia y contabilidad

El congreso de Amsterdam abrió una nueva época del compromiso político de los intelectuales. Desde fines de 1932 hasta 1936 los mitines y manifestaciones se sucederían en Europa y especialmente en Francia con una frecuencia casi mensual. Gide presidió muchas de esa reuniones logrando un importante periodo de esterilidad desde el punto de vista de la creación literaria. Sin embargo, los libros de Gide se reeditaban y vendían más que antes. L'Humanité quería publicar por entregas una de sus novelas y en 1932 lo hizo con Les caves du Vatican cuya primera edición era de 1914. Gide fue más popular, más leído y apreciado, pero en un debate sobre su obra tuvo que reconocer: "Desde que comencé a preocuparme por los problemas sociales, hace cuatro años, ya no escribo". El, como otros escritores comprometidos, pensaba que esa esterilidad era un precio no muy alto si se hacía la revolución. Las reuniones de carácter político se muItiplicaban y Clara Malraux llegó a decir con ironía: "Hacer la revolución es verse muchas veces".

Las reuniones, congresos, etc. eran siempre presididos por intelectuales de gran prestigio que no estaban afiliados al partido comunista pero que declaraban infaliblemente su apoyo a la Unión Soviética. Cuando el motivo ― la lucha contra la guerra, de los supuestos futuros invasores de Rusia ― de aquella primera efervescencia corría el riesgo de volverse inverosímil, surgió la amenaza del fascismo en Alemania. Arthur Koestler escribió sobre aquel año de 1933: "Los dos elementos básicos del credo revolucionario eran: la atracción que ejercía sobre los comunistas el reino de la utopía y la rebelión contra una sociedad enferma. El año que pasé en Rusia hizo que la atracción de la utopía se debilitara, pero cuando mi fe comenzaba a aflojar Hitler le dio un nuevo impulso enormemente vigoroso. Así comenzó mi segunda luna de miel con el partido".

La lucha contra el fascismo daba sentido a la vida de muchos hombres que, como Gide, necesitaban entregarse a alguna causa, subordinarse a algún movimiento que consideraran superior. Fue enorme la popularidad de la cruzada antifascista en Europa y sobre todo en Francia. Sin embargo su importancia no consistió en un debilitamiento del fascismo. La cruzada antifascista no ayudó en nada a detenerlo; al contrario, su carácter pacifista facilitaría el avance alemán sobre Europa al haber influido en la política exterior de las naciones europeas. Saint John Perse en el ministerio de relaciones exteriores se opuso enérgicamente a la política pasiva frente a las agresiones alemanas, desde los primeros signos de ellas, pero no fue oído. Koestler describe aquella situación en sus memorias: "Los siete años de ceguera que afectaron al Occidente de 1932 a 1939 constituyen uno de los fenómenos notables de la historia. Como si estuvieran bajo una maldición, las distintas naciones y partidos políticos, de derecha y de izquierda, por opuestas que fueran sus respectivas tendencias en otros aspectos, parecían colaborar para llevar a cabo la destrucción de Europa. La actitud de las fuerzas conservadoras iba desde el desconocimiento de la verdadera naturaleza del régimen de Hitler hasta la simpatía pasiva o la complicidad activa. Los distintos partidos socialistas y laboristas se perdían en retóricas acusaciones y denuncias contra el peligro fascista, pero hacían todo cuanto podían para impedir que sus países se armaran contra el fascismo. Los comunistas explotaban el movimiento antifascista para lograr sus propios fines y su actitud culminó en una traición (el pacto con Stalin)".

Pero la cruzada antifascista en la que Gide, como tantos otros, participó no fue efectiva contra el fascismo simplemente porque esa no era su meta verdadera. Su funcionamiento no fue defectuoso, al contrario. Sucedía que el antifascismo sólo era la máscara que hacía más eficaz su verdadera finalidad: apoyar a la Unión Soviética. Ya desde el congreso de Amsterdam, organizado por Barbusse y Rolland, el apoyo masivo contra la guerra (una supuesta guerra mundial contra la URSS) había tenido una gran ausencia: el partido socialista que denunciaba al congreso como una maniobra internacional completamente manipulada por el partido comunista. En la mesa que presidió las sesiones en aquella ocasión, al lado de Barbusse estuvo un personaje enigmático cuya presencia era imponente, que muy pocos conocían y que menos aún tratarían en los años siguientes: Willy Munzenberg. Friedrich Adler, secretario general de la Internacional Socialista, denunció a Munzenberg como el poder oculto detrás de la organización del congreso. Como resultado de esa denuncia, Munzenberg se cuidó de no aparecer como protagonista en los siguientes mítines que organizaría a favor de la paz, en contra del fascismo o en defensa de la cultura.

Sólo unas cuantas personas de la más alta jerarquía del partido comunista tuvieron contacto con Munzenberg y, según testimonio de Koestler que fue su ayudante en París aquellos años, recibían órdenes de él. Entre quienes lo obedecían estaba Maurice Thorez, secretario general del partido, Barbusse y Rolland, Ehrenbourg y Louis Aragon, que ejercía desde la dirección de la publicación masiva comunista Ce Soir una importante labor de propaganda y guerra ideológica. En las páginas de Europe, dirigidas por Romain Rolland, éste publicó una nota sobre el congreso de Amsterdam en la que describió a Munzenberg como un hombre de "elocuencia en llamas, gran artista en el arte de las revoluciones". Koestler afirma que era "un orador público vehemente, demagógico e irresistible, un innato conductor de hombres. Aunque no exhibía el menor rastro de ostentación o arrogancia, emanaba de él tal autoridad que yo mismo hube de ver a ministros del gabinete, duros y tiesos banqueros y duques austriacos comportarse en su presencia como alumnos frente al maestro.” Koestler dice también que él fue el cerebro oculto de la gran cruzada antifascista en la que, como sabemos, Gide participó.

Munzenberg tenía oficinas en París como jefe de propaganda de la Internacional Comunista, la Comintern. Dependía directamente de Moscú y no de los partidos nacionales, lo que le daba gran libertad de acción y la posibilidad de hacer una propaganda menos estereotipada que la de las burocracias locales. Era además un hombre muy poderoso porque presidía una organización extendida en todo el mundo y económicamente muy fuerte: la AlO, Ayuda Internacional Obrera. En 1921, año de terribles hambrunas en la URSS, la Comintern lanzó al mundo un llamado de auxilio y auspició un organismo que promoviera esa ayuda internacional al mismo tiempo que la centralizara. Munzenberg creó entonces la AlO y recogió inmediatamente las donaciones más heterogéneas y una cantidad importante de dinero que, sin embargo, no podía solucionar el hambre del campo en toda la inmensidad rusa.

Como buen propagandista, Munzenberg se especializaba en obtener beneficios laterales o encubiertos de lo que organizaba: observó que cualquiera que diera una pequeñisima cantidad para ayudar a la URSS quedaba emocionalmente ligado a ella. Ese principio de todas las organizaciones de caridad fue explotado al máximo por la AlO sustituyendo el término de caridad por el de solidaridad. Munzenberg fundó comités de ayuda y solidaridad que encubrían y auspiciaban una labor de propaganda muy intensa. Pedía, por ejemplo, que los obreros alemanes donaran un día de su salario a la URSS "amenazada" y, de golpe en golpe, su organización llegó a poseer en Alemania, en 1926, dos periódicos cotidianos importantes y un semanario que tiraba un millón de ejemplares y competía con Life, además de revistas femeninas o técnicas-para fotógrafos, mecánicos, radioaficionados, etc. ― sutilmente procomunistas. En Japón la AlO poseía diecinueve periódicos y revistas. En otros países montaba obras de teatro rusas y producía películas de exportación, entre ellas muchas de las de Pudovkin.

Por medio de la solidaridad los negocios propagandísticos de Munzenberg crecieron enormemente. Con el pretexto de ayudar a un niño ucraniano hambriento la AlO conseguía para la URSS el apoyo de gente que de otra manera no sería simpatizante de la causa comunista: después de explotar la filantropía Munzenberg añadió a su fórmula la épica pacifista. De ahí el congreso de Amsterdam. Luego hubo un demonio más terrible contra el cual levantar una verdadera cruzada, el fascismo, y fundó la Comisión Mundial de Ayuda a las Víctimas del Fascismo Alemán. La historia siguió dándole motivos poderosos para disfrazar su verdadera cruzada y no dejó de fundar comités de ayuda y solidaridad con España y China. Sobre la eficacia maquiavélica de Munzenberg, tan admirada por Koestler, Ruth Fischer nos explica que "el éxito con el que se propagaron las tendencias comunistas entre los demócratas sociales y los liberales durante estos años, la publicación de Ce Soir en París y de P.M. en Nueva York, los millares de pintores y escritores, de médicos y abogados que cantaron una versión diluida de las directivas de Stalin, todo eso tiene sus raíces en la AlO de Willy Munzenberg".


La cruzada antifascista iba, de congreso en congreso, aumentando su público. La creciente euforia colectiva tenía en su mente filantrópica a la Utopía Soviética "asediada" por el fascismo. Detrás del escenario de esa gran coreografía, el coreógrafo Munzenberg ― como atestigua su ayudante Koestler ― medía minuciosamente sus avances, su provecho: sacaba su contabilidad de la euforia. Pero a pesar de sus inmensos logros, Munzenberg no pudo escapar finalmente a las purgas de la burocracia rusa y fue asesinado en Francia por la policía soviética en 1940.

Gide presidió con grandes titubeos el mitin contra Hitler organizado en 1933 por la Asociación de Escritores y artistas Revolucionarios (AEAR). Tenía miedo de decir tonterías ― por verse obligado a defender en debate público cosas sobre las que no tenía certezas ― y las dijo. Afirmó que si la libertad era restringida en la URSS lo justificaba la finalidad de establecer una sociedad nueva, lo cual la diferenciaba de la Alemania nazi. Su amigo Roger Martin du Gard le escribió una carta feroz reprochándole su debilidad por haber aceptado hablar de lo que no sabe y la imperdonable banalidad de sus declaraciones. Pero Gide continuó, impulsado por sus nuevos camaradas. Lo invitaron a formar parte de la AEAR y se negó argumentando que sería más útil a la causa comunista si no se le identificaba como militante obediente de alguna organización comunista. Tenía razón y, además, esa era también la opinión de Munzenberg. Otra fecha sobresaliente en el calendario de Gide como protagonista político: en octubre de 1934 lo encontramos presidiendo un mitin sobre el gran Congreso de Escritores Soviéticos en Moscú, al que asistieron Malraux, Ehrenbourg, Aragon y Nizan. Al regresar a París pidieron a Gide que encabezara la reunión a la que asistieron más de tres mil personas.

Otra fecha memorable es la del Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura: junio de 1935. Gide de nuevo presidía las ceremonias. Era la reunión internacional de escritores más ambiciosa de los últimos años. Gobernaba el Frente Popular que, según Malraux, había sido vivido como un sentimiento por los franceses sin saber que era el producto de una maniobra internacional. El partido comunista había cambiado su política de considerar enemigos a los socialistas y aceptaba aliarse a ellos en un frente único para formar gobierno. El congreso reforzaba al partido comunista en Francia frente a sus aliados, era la manifestación más grande de la política oculta de Munzenberg y desde ese punto de vista fue todo un éxito. Sin embargo, el periódico Le Rouge et le Noir publicó esta nota irónica: "El congreso estuvo muy bien organizado, como si el señor Munzenberg en persona se hubiera encargado. Todos los discursos proestalinistas fueron extensamente publicados. Pero cuando Eluard o Magdeleine Paz hablaron, los mecanógrafos no estuvieron ahí. Los horarios fueron muy bien planeados. Eluard pudo hablar a la una de la mañana ante una sala casi vacía. Aragon le respondió al día siguiente, a las ocho de la noche, en una sala repleta; la discusión sobre Victor Serge fue postergada al martes por la tarde. Hay cosas que es mejor tratar en familia."

Hubo de hecho un escándalo alrededor de Victor Serge, miembro de la oposición, quien se encontraba en ese momento deportado en Siberia. Fue el delegado italiano Gaetano Salvemini quien mencionó el caso Serge en un documento que tal vez sea el más lúcido e interesante de los muchos que se leyeron en el congreso. Salvemini consiguió ser abucheado e insultado violentamente por los soviéticos. Pero hubo una polémica sobre Serge y se propuso discutir de nuevo su caso. Magdeleine Paz y Charles Plisnier se ocuparon de eso, pero Ehrenbourg, con la aprobación de Malraux, programó sus intervenciones en la sala más pequeña y a una hora imposible para que casi no hubiera testigos de esa disidencia.

Los trotskistas habían sido declarados indeseables por Ehrenbourg ― en esa época eran incluso llamados fascistas por los soviéticos ― lo mismo que alguno de los surrealistas que eran acusados de trotskismo. Un periódico de la época explica está última exclusión: "André Breton estaba anunciado y no Paul Eluard. ¿Por qué ese cambio en el programa? La razón es la siguiente. Un día antes del congreso, André Breton encontró al señor Ilya Ehrenbourg, el hombre que hacía las delicias de Montparnasse mientras la gente peleaba y moría de hambre en la URSS. Hoy Ilya Ehrenbourg es un estalinista militante, una especie de periodista del plan quinquenal. André Breton avanzó hacia lIya Ehrenbourg y, en nombre de los opositores y del surrealismo le dio dos bofetadas, esas sí de un realismo brutal. Inmediatamente decidió el congreso que sus puertas serían cerradas para André Breton; de tal manera que Paul Eluard fue el encargado de leer el discurso de su amigo ... y de hacerse abuchear VAIAR en su lugar."

Las bofetadas de Breton se debían a los ataques de Ehrenbourg contra el surrealismo en su libro Vistos por un escritor de la URSS, donde los acusaba de dedicarse "a soñar y ser pederastas, onanistas, fetichistas, exhibicionistas y sodomistas... la URSS les disgusta porque allá la gente trabaja.”

Al terminar el congreso Gide escribió al embajador de la URSS una petición a favor de Victor Serge. Luego se entrevistó con él y más tarde presionó a quien pudo ― incluyendo a Romain Rolland que pronto vería a Stalin ― hasta que Serge fue liberado y se exiló en Bélgica con su hijo Vlady. Gide dirá más tarde que sus primeras dudas sobre la sinceridad comunista y sobre la URSS utópica que imaginaba surgieron en él cuando se enteró del caso Victor Serge.

Sin embargo, en aquella época Gide se prohibía a sí mismo la tristeza de la verdad sobre la URSS; y algo debió presentir porque anotaba con extraña desesperación en su diario: "Hay que considerar a los pesimistas como enemigos personales ... Luchar contra el contagio de la tristeza." Muy pronto él mismo se convertiría, a los ojos de sus "camaradas", en pesimista infeccioso. En 1936 aceptó finalmente viajar a la Unión Soviética y comenzó a preparar su viaje, no sin contratiempos curiosos. En junio Gide salió rumbo al país de sus sueños que, por supuesto, ya no encontraría. Error de cálculo de Munzenberg. Al ir hacia la URSS Gide iba en realidad hacia ninguna parte. Lo cual no iba a impedir que allá le sucediera lo inevitable ...

Los encargados de la propaganda soviética, el mismo Ehrenbourg entre ellos, tenían razones para suponer que Gide era un aliado de inmejorable confianza. Durante un momento muy difícil para los soviéticos y prosoviéticos en el congreso de 1935, Gide había defendido ante todo el principio de no criticar a la URSS para no darle armas al enemigo. Es decir, callar toda disidencia. En ese congreso la disidencia estaba representada simbólicamente por el caso Victor Serge, deportado en Siberia mientras en París se discutía con estruendo su injusta condena. Gide, como Malraux, presidiendo las sesiones del congreso ayudó decididamente a Ehrenbourg y Aragón para que la polémica sobre Serge fuera reducida a su mínima expresión.

Al terminar el congreso y sin hacer declaraciones, Gide comenzó a presionar al embajador ruso en París para que Stalin liberara a Victor Serge. Sus argumentos eran los de un aliado de la URSS: "no nos conviene que se siga hablando de su caso ... pero es peligroso dar la apariencia de que se rehúye hablar de él y más vale dar una explicación franca que calme a la gente", afirmaba Gide en una carta oficial a la embajada que tardó mucho en ser respondida. Cuando finalmente se reunieron, la conversación entre el embajador Potemkin y André Gide,... fue de una gran complicidad. El centro de la plática: qué hacer para calmar el escándalo Serge en Francia. Cuatro meses después Victor Serge sería liberado. Francia le negó la visa y se refugió en Bruselas. A Gide le aseguraron fuentes diversas, que su trámite ante el embajador fue decisivo en esa liberación. Gide tenía así un nuevo motivo para confiar en la buena voluntad soviética.


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El primer paso de ese desencanto fue dado el mismo año de 1935, cuando Gide decidió anular su viaje. El pretexto público fue su salud, pero eran otros sus verdaderos temores, tal como lo confesó a la petite dame: "Allá me veré atrapado en el engranaje oficial y no podré hacer los movimientos que quiera. Me veré obligado a asistir a todos los actos públicos y a tomar con frecuencia la palabra; y ya me conozco, me dejaré llevar muy afuera de mis ideas. Mis palabras, traducidas al ruso y vueltas a traducir en la prensa francesa, me harán decir cosas que no pienso y que no podré rectificar. Entonces será inútil todo el esfuerzo que hago por mantener mi punto de vista personal dentro del comunismo. Me sentiré comprometido por un significado que yo no habré querido dar a mis palabras y los malentendidos crecerán haciéndome su prisionero. El otro día me enteré, por la revista Candide, que la conversación que tuve aquí con Alexis Tolstoi fue publicada en el Pravda haciéndome decir cosas increíbles, deformadas o que nunca pronuncié. Cuando es un enemigo el que lo hace, es una lástima, pero cuando se trata de un Partido amigo es espantoso; y preveo que en Rusia todo el tiempo me harán eso. Prefiero renunciar al viaje por ahora, así me siento más libre."

La reacción de desconcierto en el medio rusófilo no se hizo esperar y la rabia de Ehrenbourg llegó rápidamente a los oídos de Gide. El "joven escritor soviético" se había convertido en una autoridad moral para la intelectualidad francesa y su primera reacción fue culpabilizar a Gide diciéndole que con problemas de salud o sin ellos era "su deber" ir a Rusia, "tanto desde el punto de vista de el Partido como de la política general". Entre chantajes .y culpabilizaciones Ehrenbourg logró que Gide escribiera especialmente para el Pravda un mensaje a la juventud soviética e hiciera por teléfono una entusiasta entrevista difundida por la radio de Moscú.


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La de Rusia, como todas las revoluciones de este siglo, tuvo su "turismo solidario". Los soviéticos supieron aprovechar desde el principio la fuerza propagandística.de quienes habían ido "a ver" (por supuesto con visión escindida) y regresaban cantando los más encendidos elogios de sus generosos huéspedes momentáneos. Eran verdaderas fortunas las que recibían bajo el título de derechos de autor los escritores que se animaban a hacer la peregrinación ritual al país de
la utopía. Semelhantes roteiros turísticos foram organizados em Cuba décadas depois e denunciados por um guía turístico que escapou da ilha na séria Mala Conducta de Nestor Almendros – disponível no Youtube

El escritor norteamericano Upton Sinclair, autor de la novela La jungla, fue uno de los que más recibieron del gobierno estalinista y el fracaso final de la película Que viva México en 1932, se debió en gran parte ― aunque no exclusivamente ― al abandono económico de Eisenstein por su productor Sinclair en el momento en que el autor del Acorazado Potemkin comenzó a ser mal visto por las autoridades soviéticas. Herbert Lottman, en su excelente libro La rive gauche, hace un recuento impresionante de escritores franceses seducidos por los contratos millonarios de Moscú. Cuenta también cómo Roland Dorgeles denunciaba en 1936 la corrupción de quienes iban a Rusia como quien pasa a cobrar a la caja o regresaban con increíbles contratos bajo el brazo. El mismo Gide escribió que le espantaban los beneficios desmesurados que le ofrecían en Rusia. "Por los periódicos de Moscú me enteré de que se habían vendido, en unos cuantos meses, más de cuatrocientos mil ejemplares de mis libros. Cualquiera puede imaginar el porcentaje que eso representaba en derechos de autor. Los artículos también eran muy bien pagados. Si escribiera un elogio de la URSS o de Stalin, ¡qué fortuna!" La doble realidad tenía en Rusia, para unos cuantos elegidos útiles, un incentivo que no sólo era doble sino millonario. Muchos escritores franceses que no eran precisamente fervientes admiradores del poder soviético, después de un viaje certero dejaron de criticarlo.

Viaje hacia Melancolia

Finalmente, en mayo de 1936, ante la insistencia de Ehrenbourg y Malraux, Gide aceptó "cumplir con su deber" de ir a Rusia. Al enterarse, Victor Serge escribió desde su rincón belga del exilio una carta abierta a André Gide publicada en Esprit, pidiéndole lucidez y sinceridad. Y, entre otras cosas, que no elogie, tolere o calle en Rusia lo que detesta del fascismo alemán: los campos de concentración, las matanzas. "Es cierto que hacemos un frente contra el fascismo ― escribió Serge ― pero cómo vamos a detenerlo si tenemos también tantos campos de concentración detrás de nosotros. Déjeme decirle que sólo se puede servir a la clase obrera y a la URSS con plena lucidez. Déjeme pedirle en nombre de todos los que allá tienen valor, que tenga usted el valor de no abandonar esa lucidez." Gide no decepcionaría a Serge ni a quienes, como él, esperaban un asomo de verdad en los relatos de quienes regresaban de la URSS.

Para acompañarlo en su viaje Gide eligió a los escritores Eugene Dabit, Louis Guilloux, Jef Last y Pierre Schiffrin, quien además era el editor de sus libros en Gallimard, fundador y director de la colección La pléiade y traductor del ruso. Aragon informó a Moscú sobre la composición de la comitiva pero alguien en Rusia no quedó muy complacido con ella porque sorpresivamente regresó de allá Pierre Herbart, con el encargo de avisar a Gide que la inclusión de Schiffrin en el grupo era considerada allá una demostración de desconfianza. ¿Para qué quería Gide llevar su propio intérprete? Gide se negó firmemente a modificar su grupo y finalmente Schiffrin fue aceptado.

Cuando Gide mostró a Pierre Herbart la carta abierta de Victor Serge sobre las monstruosidades de la represión en la Unión Soviética, Herbart confirmó la veracidad de todo lo escrito por Serge, aunque le parecía inadmisible que un comunista lo escribiera y lo publicara. También Gide en ese momento todavía pensaba así. Doble visión y doble moral: los problemas graves, aunque sean públicos, sólo se discuten en privado. Con toda su inocencia e inexperiencia política, Gide le decía a Herbart: "Ah, cómo quisiera decirle allá a Stalin todo lo que pienso". Pero, al llegar a Moscú, cuando Gide tuvo que hacer el elogio fúnebre de Gorki, en un estrado sobre la Plaza Roja, al lado de Stalin, apenas y cruzó con él un saludo. En ese momento se dio cuenta de que no tenía nada que hablar con ese hombre de mármol, impenetrable y absolutamente indiferente a sus opiniones sobre la utopía. De hecho, durante el resto del viaje no volverían a encontrarse. Por lo pronto, antes del viaje, aún en París, Pierre Herbart le confesaba a Gide en privado: "Me parece que lo sucedido allá debería servimos de lección aquí; para no caer más tarde en los mismos errores. La situación de los artistas en la URSS es cada día más intolerable, mezquinamente controlada, impedida ... Hay que tomar a Moscú como una experiencia y no como un ejemplo".


La moderación de las críticas, la esperanza de corregir lo problemático conviviendo con cierto fatalismo tímido, es lo que asombra ahora en el comentario de Pierre Herbart de la manera en que lo mismo asombra en el libro de Gide sobre Rusia. Su descripción del viaje, muestra un itinerario placentero aguijoneado aquí y allá por la sombra de detalles miserables: muestras de servilismo hacia el dictador, de intolerancia violenta hacia las opiniones heterodoxas, de absoluta desinformación condimentada de orgullo nacionalista, desidia y estatismo ineficaz, miseria en las calles y el campo y mentira en los informes oficiales, un arte sometido a la ortodoxia y naufragando en el conformismo y la ausencia de libertad. Hay en el libro de Gide un tono ponderado que no tuvo, por ejemplo, Panait Istrati en su relato de rusófilo arrepentido, Hacia la otra llama, publicado diez años antes del relato de Gide. Al mismo tiempo, Gide conserva en todo el libro una preocupación por los detalles que hacen de él una obra opuesta a sus Nuevos alimentos. De pronto la doble realidad se convirtió en una sola, demacrada pero autoritaria, desagradable, llena de banderas grises y no rojas: triste.

Para Gide y sus compañeros del viaje a Rusia la mención de ese país se convertía en una fuente inagotable de tristeza: la verdad que duele. Uno de los significados de la palabra melancolía es precisamente "una tendencia a la tristeza por la influencia deprimente de un lugar o de un ambiente". De haber sido Utopía, el país soviético pasó a ser Melancolía: la tierra de donde surgen las sombras. Gide descubriría muy pronto que esa nueva república socialista, descubierta en el mundo de sus afectos, se extendía desde la URSS hasta el ámbito de sus camaradas comunistas en Francia, donde la intolerancia internacional cavaba ya trincheras en su contra.

Con verdadera pena, como quien asiste al entierro de una gran ilusión, Gide se reunió a finales de 1936 con quienes viajó a la URSS y les leyó el manuscrito de su libro. Todos estuvieron de acuerdo en que su publicación era necesaria. La petite dame describe aquella reunión con adjetivos lúgubres y predice que el libro será una bomba: Exactamente cinco días después de que Gide entregó su manuscrito, en gran secreto, al impresor, la sombra de IIya Ehrenbourg se plantó en su casa. El soviético trató de intimidar a André Gide demostrándole que ya conocía perfectamente su libro, lo cual, como era lógico, sólo consiguió enfadar a Gide. Pero además esos métodos de espionaje le confirmaron lo siniestro de la realidad que criticaba en el libro aún inédito. Ante el asombro de Gide, Serge le confirmaría después que Ehrenbourg era un agente del espionaje soviético. Por lo pronto Ehrenbourg optó por decirle que ambos ― él y Gide ― estaban de acuerdo en todo, que la realidad soviética era mucho peor que lo imaginado por Gide, que él mismo podría dar testimonio de atrocidades mayúsculas pero que era inoportuno hacerlo porque perjudicaría a la causa progresista en la guerra de España. Por lo tanto invitaba a Gide a abstenerse de publicar su libro. Le sugirió además que fuera a España para demostrar activamente su "solidaridad" con las fuerzas progresistas de la historia. El mismo chantaje fue hecho por cada uno de sus camaradas, incluyendo a Malraux y por supuesto a Aragon. Este hizo que varios combatientes de las Brigadas Internacionales enviaran telegramas a Gide desde España pidiéndole "solidaridad", es decir silencio.

Gide no podía ver en ese despliegue de chantajes sino una amplia demostración de la bajeza humana oculta tras ideales verosímiles. Y los motivos de la melancolía seguirían creciendo hasta lo inimaginable. Louis Guilloux, que había viajado con Gide a Rusia, trabajaba en la redacción del periódico Ce Soir, financiado por Munzenberg y dirigido por Louis Aragon. Cuando el Regreso de la URSS fue publicado, a Guilloux se le pidió que escribiera un artículo desmintiendo a Gide. A los pocos días de haberse negado rotundamente, Aragon lo despidió y en su lugar contrató a Paul Nizan, quien pronto publicaría un ataque furibundo contra Gide acusándolo ni más ni menos que de trotskista. Para colmo, cuando Gide más se preocupaba por ayudar a los republicanos de España, comenzaron a llegarle reportes fidedignos del predominio estalinista en el gobierno republicano y la persecución de los militantes de izquierda no comunista. Gide comenzó a preocuparse seriamente por la vida de Pierre Herbart y Jef Last, que habían viajado con él a Rusia y estaban en España como voluntarios. Durante las semanas que duró su silencio en España, y por lo tanto la sorda preocupación de Gide, salían a tambor batiente las notas periodísticas en su contra, formando un expediente tan abultado que la petite dame se quejaba de no tener suficiente espacio en su casa para guardado. Herbart regresó finalmente de España: había escapado de la vigilancia soviética con una maniobra detectivesca que tal vez le salvó la vida. Muy a pesar suyo tuvo que declarar cómo la embajada soviética en España daba resoluciones finales sobre los más importantes asuntos del gobierno republicano y cómo todos los ánimos eran violentamente adversos a Gide. Aragon había mantenido informados a los soviéticos en España sobre todos los movimientos de Gide. Herbart llegó a desaconsejarle que fuera a España, como le sugería Ehrenbourg, porque pondría en peligro su vida.

Gide firmó entonces un manifiesto ― en el que figuraban los nombres de Roger Martin du Gard, Paul Rivet, Francois Mauriac, Georges Duhamel ― pidiendo el derecho de juicio público para los "desviacionistas" que eran entonces arrestados y fusilados sin más por la gente del partido comunista. Al hablar de esas matanzas de izquierda Gide estaba provocando la misma ira que despertó George Orwell entre los intelectuales ingleses de izquierda cuando escribió lo que había vivido en España: terror estalinista en el gobierno, fusilamientos con la marca de los procesos de Moscú, condena y exterminio de los partidos de la izquierda no prosoviética como el POUM, etc. Ehrenbourg escribió entonces un artículo contra Gide acusándolo de defender a los "fascistas y provocadores del POUM" y llamándolo entre otras cosas "el llorón de Moscú", "nuevo aliado de los camisas negras y de los marroquies", "el viejo malvado". Pero más triste aún sería la reacción feroz de sus recientes ex camaradas. Encabezado por Ehrenbourg y Aragon, el medio intelectual izquierdizante se dedicó a insultarlo y atacado en todas partes con pasión islámica. No pasaron muchos meses sin que Gide publicara su respuesta en un nuevo libro, Retoques a mi regresso de la URSS, que comienza precisamente mencionando las más notables injurias que le valió su libro anterior: las de Romain Rolland. Además de insultos recibió críticas, y el nuevo libro responde a ellas con datos, con un sentido común que no tenía durante su época de militancia, con desenvoltura y decisión argumentativa, y, ahora sí, sin la esperanza de una corrección por parte de los soviéticos. Finalmente, sin timidez al pronunciar la verdad.

"No hay partido que valga ― escribió Gide ―, quiero decir, que me retenga y que pueda impedirme preferir la verdad al propio partido. En cuanto interviene la mentira me encuentro a disgusto: mi papel consiste en denunciarla. Es a la verdad a lo que estoy atado; si el partido se aparta de ella yo me aparto del partido. Sé perfectamente que "desde el punto de vista marxista", no existe la verdad, al menos en lo absoluto; que no hay verdad sino relativa. Pero aquí se trata precisamente de una verdad relativa, una verdad que ustedes falsean. Y considero que ante cuestiones tan graves es engañarse a sí mismo el intento de engañar a los demás. En este caso, se engaña a quien se pretende servir: al pueblo. Mal servicio se le hace volviéndolo ciego.

"Es importante ver las cosas tal como son y no tal como nos hubiera gustado que fueran: la URSS no es lo que esperábamos que fuera, lo que prometía ser, lo que intenta parecer todavía. Ha traicionado todas nuestras esperanzas. Si no aceptamos que éstas vuelvan a derrumbarse conviene orientarlas hacia otro lado. Pero no apartaremos de ti nuestras miradas, gloriosa y adolorida Rusia. Si al principio nos servías de ejemplo, ahora, desgraciadamente, nos muestras en qué pantano puede hundirse una revolución."

Al publicarse esta continuación del Regreso de la URSS, en 1937, tuvo lugar en España el segundo congreso de intelectuales antifascistas, donde los ataques iracundos continuaron. José Bergamín cumplía ahí el papel que en Francia tenía Aragon: ser aplanadora de la disidencia y la voz más fina del elogio soviético. Octavio Paz da testimonio de la condena colectiva al libro de Gide que preparaba entonces la delegación latinoamericana ― entre quienes estaban Neruda, Marinello, Mancisidor, Nicolás Guillén, etc. Carlos Pellicer y Octavio Paz, fueron los únicos mexicanos que se abstuvieron de condenar a Gide durante la reunión latinoamericana que preparaba su condena inquisitorial para ser leída en la reunión general, por la tarde. Pero cuando Bergamín, presidente de la Alianza Española para la Defensa de la Cultura, tomó la palabra en la reunión vespertina, su furia hizo innecesaria cualquier otra declaración. Bergamín, según cuenta Luis Mario Schneider en su libro sobre ese congreso, había conferenciado con latinoamericanos, españoles y sobre todo soviéticos, antes de hacer su declaración. Stephen Spender dice en sus memorias que el caso Gide dividió al congreso. Bergamín dio un tono melodramático de "alta traición en tiempo de guerra" a su comentario sobre el libro de Gide con frases como ésta: "lo leí en un silencio pulsado trágicamente por el cañoneo de nuestros enemigos".


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La guerra contra Gide estaba declarada en todos los frentes. Aunque él se preocupara por la guerra de España y utilizara todas sus influencias personales en Francia para ayudar a la causa republicana, su nombre dejó de figurar en los manifiestos porque había sido prohibido expresamente por el Partido Comunista. Pero Gide no dejó de ver esa exclusión definitiva de la euforia colectiva como una nueva libertad. Su aventura soviética había terminado.

Gide regresó de la URSS pero su viaje nos muestra además un recorrido simbólico por la accidentada geografía de la intolerancia: más allá de Rusia, por las patrias presentes y futuras de la Utopía total. Esta breve historia tiñe nuestra mirada con su melancolía de la verdad: en medio de una euforia colectiva ― que pretende ser siempre la fiesta que marca al siglo ― asistimos al misterio tremendo de una masa creyente dispuesta al linchamiento. Inercia de una alegría que oculta la tristeza de su intolerancia, verdadero rostro de la Utopía que se convierte, entre otras cosas, en prisión o exclusión de la literatura. De ahí esta verdad paradójica: al salir de su sueño político, de su prestada Utopía, y volver a poner los pies en la realidad, Gide regresó también a la literatura, continuó finalmente su obra.


Nota: W. G. Krivitsky em seu livro “In Stalin Secret Service” (Enigma Books, NYork 2000) fala de Munzenberg: “Ainda antes que o Comintern oficialmente tivesse iniciado suas táticas do Front Popular, o OMS (serviço de ligação de espionagem ao serviço da inteligência militar soviética) começou a subsidiar uma nova e sutil forma de propaganda. Moscou decidiu que não era mais apropriado para seus desígnios alcançar somente aqueles grupos que poderiam ser influenciados pelos slogans comunistas. Na pessoa de Willi Muenzenberg, antigo líder dos Comunistas Alemães e membro do Reichstag, foi articulado os meios para diversificar o campo do que era então chamado de “publicações para o front”. A Muenzenberg foi confiado fundos do OMS, pois era um grande editor e empreendedor. Ele transformou jornais ilustrados e revistas atrativas em publicações não partidárias na aparência, mas no entanto “simpáticas” à União Soviética. Mais tarde ele entrou no ramo do cinema e fundou uma empresa chamada Prometheus. As empresas de Muenzenberg eram muito bem gerenciadas e logo estenderam suas operações nos países escandinavos. Quando Hitler assumiu o poder, Muenzenberg transferiu-as para Paris e Praga. Quando os grandes expurgos tentaram envolver Muenzenberg, descobriram que ele era um alvo esquivo. Ele declinou um convite para “visitar” Moscou; Dimitrov, o Presidente do Comintern, escreveu-lhe cartas insistindo que Moscou precisava dele para novas atividades importantes. Muenzenber recusou cair na cilada. A OGPU (nome do antigo NKVD) despachou um de seus agentes, Byeltsky, para convencê-lo de que ele não tinha nada a temer. “Quem decide o teu destino?” perguntou Byeltsky. “Dimitrov ou a OGPU? E eu sei que Yezhov (o comandante do serviço de espionagem e principal executor dos expurgos e assassinatos da época) está do seu lado”. Mas Muenzenberg evitou a armadilha e durante todo o verão e outono de 1937 permaneceu escondido, temendo um tipo mais violento de persuasão. Ele repassou suas empresas para Smeral, um comunista tcheco. O Partido Comunista Alemão expulsou-o e colocou-o no índex dos “inimigos do povo”. Muenzenber está vivo em Paris atualmente. Ele nunca teve a coragem de denunciar abertamente Stalin”. Krivitsky se suicidou em Washington em 1940, depois de uma defecção espetacular do serviço secreto militar soviético, um pouco antes de Muezenberger ser atingido pelos assassinos de Stalin a solta mundo afora.